FIESTAS DE SAN BLAS Y LA CANDELARIA
ALMONACID DEL MARQUESADO
¡Viva
La Candelaria!
¡Viva
San Blas!
Almonacid del Marquesado
Por Pedro Taracena
Fiestas de La Candelaria y San
Blas. Me han hecho vivir unos momentos auténticamente de evocación medieval.
Situación de fuerte ruptura con el aquí y ahora de
nuestro siglo XXI. Los endiablados se entregan durante días a una danza
sensual, enloquecida y ensordecedora, que cuando se encierran en el templo
parroquial de Santiago Apóstol, me han hecho sentir sensaciones y emociones
nunca percibidas. Nuevas y ancestrales en un mismo instante. Aún conservo en
mis tímpanos, la atronadora percusión de seiscientos cencerros. De todos los
tamaños, al ritmo de una endiablada danza. Hacían estallar los muros de la
pequeña iglesia jacobea. Chocante e impresionante a la vez, la piña formada por
los endiablados y su pueblo, entrelazándose al mismo tiempo con el baile de las
danzantas, al paso del cortejo. Los pasacalles, las procesiones y los desfiles
callejeros, siembran un mosaico de colores al son del estruendo de los pesados
cencerros y las ligeras esquilas y cascabeles.
La jornada del día 2 de
febrero está dedicada a honrar a la Virgen de la Candelaria. Los atuendos de
los diablos se adornan con charros colores y se tocan la cabeza con adornos
florales y motivos femeninos. Sin olvidarse del cetro con la esfinge del
diablo. Cada diablo se ciñe de un cincho de cuero sujeto por tirantes
engalanados con ristras de cascabeles. Según su estatura y edad, se cuelga del
cinto cuatro cencerros, aumentando su peso y tamaño cuando el diablo es adulto.
En la procesión se corteja a la Virgen de la Candelaria, paseada por las calles
del pueblo, en un trono-carroza empujada mayormente por mujeres. La endiablada
va y viene hacia la sede virginal formando dos columnas paralelas, danzando
todos al mismo ritmo, provocando un estruendo ensordecedor. Cuando el cortejo
pasa por una calle en cuesta, una de las columnas se desliza saltando a gran velocidad,
en sentido contrario; volviendo hacia la imagen de La Candelaria. El rostro
desencajado por la entrega en la puesta en escena, se acompaña con los brazos
abiertos hacia adelante, gritando: ¡Viva La Candelaria! Aunque las voces quedan
ahogadas por el son de los cencerros.
El cortejo
procesional es una expresión de paganismo y religión, donde los mitos se
confunden en una misma realidad medieval: Preside la procesión un estandarte de
San Blas o de la Virgen de la Candelaria. Después la doble columna de 150
diablos. Delante de la carroza que transporta la imagen se posiciona el Diablo
Mayor. Hasta aquí es como si la endiablada dominara el festejo. Inmediatamente
después desfila el clero, las autoridades municipales y la Guardia Civil. Esto
nos recuerda que estamos en el siglo XXI. Yal final del cortejo bailan
constantemente las danzantas. Es la parte folclórica y lúdica. La puesta en
escena de las procesiones, se abren camino entre la muchedumbre del pueblo y
visitantes, que participan del evento subidos en tapiales, barbacanas, aceras o
haciendo incursiones en el centro de la calzada, desafiando a los diablos
cuando bajan dando saltos en honor de sus patronos.
En los pasacalles de las mañanas, recorren por diferentes lugares, las calles y plazas del pueblo los diablos y las danzantas. Y en un momento se entrecruzan unos y otros, dibujando una confusión entre lo religioso y lo pagano.
En los pasacalles de las mañanas, recorren por diferentes lugares, las calles y plazas del pueblo los diablos y las danzantas. Y en un momento se entrecruzan unos y otros, dibujando una confusión entre lo religioso y lo pagano.
En el transcurso
de la víspera de la fiesta de San Blas, los tocados floreados de los diablos,
se tornan mitras escarlatas, en memoria del San Blas, obispo y mártir de la
cristiandad. El endiablado cortejo visita la tumba de sus antepasados en la
necrópolis del pueblo. Los diablos revestidos de pontificales, acuden al Campo
Santo y rezan un responso dirigido por el Diablo Mayor. Esta secuencia de la
fiesta, invita a una reflexión antropológica, difícil de olvidar y compleja de
entender. Pero estos eventos se pierden en los siglos del primer milenio, donde
el emperador Constantino se convierte al cristianismo y se establece la
religión cristiana en la religión del imperio. A partir de entonces los ritos
paganos, procedentes de antaño y la vocación cristiana de convertirlo todo en
ciclo divino, sometió al pueblo a ser protagonista de su propia iniciativa, no
siempre fiel a la teología. Una vez concluido el rito religioso, los diablos
regresan al pueblo, rompiendo con el estruendo de los cencerros el crepúsculo
del frío atardecer. Las enarboladas mitras airean sobre sus cabezas la cruz
bordada en oro y las iniciales del diablo que la lleva. El eco del estruendo en
la lejanía anuncia que estamos en la víspera de San Blas. Seguidamente irrumpen
en la iglesia y someten a la imagen del santo a una lavada de cara con anís, en
memoria de cómo le limpiaron los pastores que hallaron su imagen en el campo.
Que parece que fue con aguardiente.
El día 3 de febrero la tensión
emocional y sensual alcanza su fuerza suprema. La cencerrada sube de volumen
y las invasiones de los diablos al templo es más atronadora, dejando patente
que su líder y patrón es San Blas. En el interior del recinto parroquial se
forma una ronda que se ciñe a los cuatro muros del templo, circunvalando la
zona central de los bancos. Por allí danzan, corren y brincan los diablos hasta
que, el Diablo Mayor estima satisfechas las muestras de cariño al santo homenajeado.
Y así a lo largo de casi una semana, la endiablada de Almonacid del Marquesado,
conserva incólume una tradición milenaria, pagana y religiosa conviviendo los
símbolos del bien y del mal. Ritual donde no se contemplan las postrimerías del
hombre (muerte, juicio, infierno y gloria). Tampoco las carnestolendas
cuaresmales y mucho menos la lucha de Dios con Lucifer. Es un festejo del
pueblo que interpreta su entorno como una forma muy personal de lo trascendente.
Lo más importante de su permanencia es que ha resistido el nacionalcatolicismo,
y a cualquier intento de intolerancia. No se plantea sacralizar lo pagano, ni
tampoco de paganizar lo sagrado. Es el resultado de la imposición fallida de
Constantino, de cristianizar el paganismo.
Reportaje realizado por una
cámara Nikon y carrete Kodak 400 Tri X